martes, 9 de septiembre de 2008

Con heridas en los pies y la pena a sus espaldas, Matías seguía el camino de la vida. Tiempo hacía que nadie le recordaba, con los ojos borrosos y la tez parda del que no conoce techo por la noche.

Aun añoraba el calor de las sabanas húmedas al despertar del verano, empapado en sudor y amor, propio y ajeno al mismo tiempo. Y pese a ser compartido junto a varios hombres, él se sentía querido, pues en el fondo, sólo necesitaba de ella.

Pero ahora, sus amantes son secas lágrimas que cuartean sus manos en el intento de limpiarse sus ojos, que entre legañas, amanecen cada día con un nuevo pesar. Y al intento de pedir el más mínimo signo de cariño, se encuentra con palabras aun mas mugrientas que sus pobres ropas viejas y deshilachadas.

Y cada día, sigue sus pasos de vuelta. No importa el diluvio ni las miradas que le señalan intentando causarle vergüenza, recordándole que su lugar está lejos de allí. Pero lo que ellos nunca sabrán es que Matías siempre vuelve, día tras día por una sola razón...

En la tercera fila de nichos, justo en el 364, ella estará esperándole. Y eso es algo que mi querido Matías jamás dejara que se quede en el olvido.




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